Resguardo La María, Piendamó, Cumbre continental de comunicacion indígena, nov 2010 |
Fecha: Miercoles 11 de mayo de 2011
Lugar: Frente al parqueadero de ingenieria USCO
Hora: 6:30 pm
Algunos textos interesantes para el tema:
Ver textos LA CULTURA DE LA RESISTENCIA- Marta Traba Los agricultores del Huila han defendido su heredad-Libardo Gómez
Ver articulo Campesinos de El Quimbo se manifestaron el primero del Mayo- Plataforma Sur de Organizaciones Sociales
NUESTRA PALABRA
Nuestra conciencia y los nuevos patrones del mundo
Nuestra conciencia y los nuevos patrones del mundo
En una mañana bastante fría, como casi todas las mañanas en la vereda la Aurora, tres personas conversan junto al fuego, para calentarse un poquito. Una olla tiznada está puesta sobre el fogón. La casa es humilde, igual que la familia que la habita. Está hecha de paredes de bahareque y se siente entrar el frío por todas partes porque ya las paredes están quedando sin barro al irse cayendo poco a poco sobre el piso de tierra.
Es la casa de Antonio Quitumbo, un gran luchador de 68 años de edad de la vereda la Aurora, resguardo de Munchique los Tigres, quien nos cuenta que la primera lucha por la liberación de la Madre Tierra en esta comunidad fue en la finca de Ricardo Prieto, viejito y solo, pero con mucha tierra, robada a nuestro abuelos. Desde entonces iniciaron la recuperación pero antes de recuperar, Ricardo Prieto le vendió las tierras a un señor de la vereda El Turco llamado Arturo Medina, quien puso más resistencia pero lograron recuperar la finca.
Era una finca grande con mucha cabuya y la comunidad entraba a cortarla. Tanta que colocaban hasta dos motores para desfibrar la cabuya. En eso llegaba el ejército, cogía a los líderes y se los llevaba para la cárcel. Cuando el ejército se iba la comunidad continuaba trabajando, hasta de noche. No había libertad, por eso las reuniones las hacían lejos de las casas, en las orillas de los riachuelos y en horas de la noche para planear la recuperación de las tierras. La forma de comunicación era a través del tambor, el cuete, el humo, el cacho (cuerno del toro) para que la gente se reuniera. Durante las reuniones nocturnas los perritos se quedaban en la casa. Si un horizonte de perros ladraba lejos del río significaba que había peligro.
Como Antonio, muchos mayores y mayoras lucharon por la recuperación en distintas partes del Cauca. Lucharon y alcanzaron. Recuperaron la tierra pensando no solo en la tierra como tal sino para que desde allí sea liberado todo lo que en ella existe, como el agua, el aire, los espíritus de la misma naturaleza que habitan dentro de ella. Compañeros de viaje. Recuperaron la tierra para sembrar el frijol, la yuca, el plátano, el café… y dar de comer a la familia. Tratar a la tierra como debe ser.
Después de años de recuperar, hacer sus ranchitos, tener sus cultivos ver crecer a sus hijos, hoy, los mayores que nos hicieron saborear la libertad, enfrentan, y con ellos todos y todas, una situación parecida a la de aquellos años pero con nuevos terratenientes.
En aquel tiempo el ejército y la policía atacaban a la comunidad. Una vez, en el año de 1935, había una fiesta en la vereda El Trapiche, Jámbalo, donde estaban organizando la lucha por la tierra a través de las ligas campesinas. Llegó la policía disparando y tiró las canoas de chicha por el suelo. Las mujeres les echaron agua caliente. La policía mató a Lorenzo Quiguanás, líder de aquellos tiempos. Ahora hay ejército, policía, esmad y paramilitares, brazos armados para despojarnos nuevamente de las tierras, y entregarlas a nuevos patrones, terratenientes a escala mundial.
Aunque en últimas no importa si ya no nos sacan del territorio. Si conquistan el territorio de la conciencia vamos a vivir aquí mismo pero nuestro cuerpo, nuestra conciencia y nuestra tierra van a estar al servicio de los nuevos amos del mundo. Don Antonio en su conversación se acordaba de lo que le había dicho su padre cuando él era joven: “más después no serán los terratenientes que estarán por aquí, serán otros y ellos acabarán con todo”.
A pesar de recuperar la tierra hay muchas necesidades todavía. Ahora incluso falta tierra. Y si hay muchas necesidades es porque el indio come y gana con lo que siembra mas no se interesa por cortar la vena de nuestra Madre Tierra. Las empresas no se interesan por cuidarlas sino por chuparle la sangre. No les interesa la tierra, ellos buscan sino engordar sus bolsillos.
La mayoría de las empresas con o sin permiso van entrando a los territorios para hacer la explotación, como pasó en el río Mondomo, jurisdicción de las autoridades de Caldono y autoridades tradicionales de Canoas y Munchique, municipio de Santander de Quilichao, cosa que hizo movilizar el 25 de marzo de 2011 a las comunidades hasta el sitio donde estaban realizando la minería ilegal. Ilegal no tanto en el sentido de que no tengan un papel con sellos, que no lo tienen. Ilegal en el sentido que alteran el equilibrio de la naturaleza y la destruyen.
En otros países ocurre lo mismo: la desapropiación del territorio por las grandes empresas mineras, como sucede con los pueblos indígenas de Guatemala, que sus territorios son crecientemente invadidos por empresas extractivas y megaproyectos de infraestructura.
Mientras salen las gigantescas maquinas mineras del Rio Mondomo, en Cajamarca piden una consulta popular conforme a los artículos 79, 103 y 105 de la Constitución para definir la explotación minera en La Colosa.
“Mi papá tenía razón” nos dijo don Antonio hablando de la minería en el río Mondomo, y de todo lo que viene ocurriendo, “acabarán con todo”.
Entonces nos queda una doble lucha: resistir para que, nuestro cuerpo, nuestra conciencia y nuestra tierra, no sean territorios al servicio de los nuevos patrones del mundo. O sea no entregarnos. Y, al tiempo, juntar las fuerzas, juntar las conciencias y juntar los territorios para ponerlos al servicio de la libertad y de la vida, no como una utopía, sino como una tarea que debemos iniciar desde hoy mismo.
Don Antonio ya no ve porque lo cogió la catarata y lo dejó ciego. Desde hace más de tres años no ve pero, dice, “sueño tener libertad no sólo para la familia sino para todos” y sonríe como con la esperanza que sí se puede lograr. Mientras tanto en la olla tiznada hirvió el agua para el café, poca porque estaban sino él y un hijo. Pero el indígena acostumbra cocinar un poco más por si llega alguna visita.
ACIN
Tejido de Comunicación
y de relaciones externas para la verdad y la vida__________________________________________________________________________________
Primera cuota
Por: Alfredo Molano Bravo
MURIÓ EN BOGOTÁ APOLINAR DÍAZ Callejas a los 89 años.
Fue gobernador del departamento de Sucre, senador y, sobre todo, un peleador empedernido por la reforma de la estructura agraria. Sabía de peleas. Fuera de sus cargos públicos fue uno de los dirigentes más aguerridos de la llamada Comuna de Barrancabermeja de 1948, un levantamiento popular contra el gobierno de Ospina Pérez y contra la Tropical Oil Company a raíz del asesinato de Gaitán. El pueblo se arrevolveró, destituyó al alcalde y nombró a Rafael Rangel, dirigente liberal. Levantó barricadas, construyó cañones a la espera de la reacción del Ejército, que logró entrar 10 días después. Rangel escapó de la represión violenta y organizó una partida guerrillera en San Vicente que hizo nombre en el Carare-Opón. En la misma zona y con más de un guerrillero de Rangel —como el papá de Nicolás Bautista, su comandante máximo— nació el Eln en los 60. Pero ante todo, el país lo recordará por haber sido el segundo hombre en la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo. Apolinar no se contentaba con meros distritos de riego o meros proyectos de colonización. La verdadera reforma debía consistir en afectar el régimen latifundista e impedir que, democratizada la propiedad, abiertas vías, construidos escuelas y puestos de salud, y creadas líneas de crédito barato, los terratenientes volvieran a concentrar la tierra. La derecha obligó al Incora a invertir su presupuesto en programas que dejaran intacta la gran propiedad y se atravesó como una vaca muerta para impedir todo cambio. Razón por la cual Lleras y Apolinar optaron por organizar la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). La idea era que los campesinos tomaran en sus manos las banderas agraristas levantadas desde el gobierno López Pumarejo. Con la ANUC la función social de la propiedad (Ley 200 del 36) se convirtió en: la tierra es para el que la trabaja. La letra de la ley es una cosa en el Diario Oficial, y otra muy distinta en las manos callosas del campesino. Eso sí no era admisible. Dividieron la ANUC, la liquidaron y algunos dirigentes pararon en las guerrillas. Apolinar, como senador, trató de impedir la muerte de la reforma agraria, pero Lleras había sido derrotado ya por el clientelismo más cerrero.Hoy los distritos de riego —obras de verdad faraónicas— son haciendas, grandes haciendas. En los proyectos del Guájaro, La Doctrina, Coello, Ábrego, Saldaña y Ciénaga de Oro no hay un solo beneficiario original. Los han derrotado. Lo mismo pasa con las colonizaciones dirigidas del Ariari y de Sarare. Hoy las propiedades pertenecen a grandes empresarios o a compañías agropecuarias. Para impedir esos procesos de reacumulación de tierras fue creada por la Ley 160 de 1994 la figura de Zonas de Reserva Campesina, sepultada por Uribe. En concreto, se trata de zonas donde los propietarios sólo pueden poseer una parcela que permita sobrevivir en condiciones dignas. Se impediría así que alguien compre dos, tres, 10 predios y agregándolos haga una hacienda. En realidad es esto lo que ha hecho el paramilitarismo: sacar campesinos para hacer latifundios. Muchos han sido adquiridos por acción de las motosierras o por compra a los motosierristas; otros, por compras testaferradas, y algunas pocas de manera honrada.
El gobierno de Santos ha prometido devolver a los campesinos un millón de hectáreas confiscadas a los ‘narcos’. Bien, diría Apolinar, como cuota inicial, vale. Pero hay cuatro millones más de hectáreas por ahí volando de notaría en notaría, pero que pertenecieron a campesinos desplazados. Quizá pueda Juan Camilo —un político que entiende, por fin, la conveniencia que para la paz y para la prosperidad tiene la economía campesina— devolver sus tierras a los campesinos y, además, tomar medidas sólidas para que lo que se devuelva ahora no regrese a las manos de los de siempre en la próxima década. Si la llave del candado de la paz no se ha botado, como dijo Santos, es posible que la primera cuota de tierras devueltas y aseguradas para la prosperidad campesina, por medio de las Zonas de Reserva Campesina, sea la primera vuelta al cerrojo. “Aquí está Rodas, salta aquí”. O sea: “Si no puedes probar con los hechos lo que dices, no estás diciendo nada”.
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Desde los Montes de María
Por: Alfredo Molano Bravo
EN EL RECIENTE FORO DE TIERRAS, Prosperidad y Paz, el Ministro de Agricultura reiteró el compromiso del Gobierno de pagar la enorme deuda moral a los campesinos despojados y desplazados de sus tierras restituyéndoles dos millones de hectáreas en cuatro años, en contraste con las 13.000 hectáreas que Uribe devolvió en ocho.
El Ministro hizo un anuncio muy significativo: se declara Zona de Reserva Campesina los Montes de María. Los Montes de María son grandes, están compuestos por una docena de municipios de dos departamentos; hay enormes ganaderías, plantaciones de palma y caña de azúcar, cultivos de tabaco y maíz. En dos de sus pueblos, Macayepo y El Salado, fueron perpetradas por paramilitares masacres escabrosas. Desde mediados de los años 60 los campesinos han sostenido una tenaz lucha por la tierra pagada con sangre y destierro. Miles de familias aguantan hambre y se rebuscan en Sincelejo, Cartagena o Barranquilla.Con el restablecimiento del orden público llegaron “gentes de carriel y poncho”, como repitió el doctor Juan Camilo Restrepo, a comprar a precio de huevo tierras que estaban a punto de ser subastadas por los bancos. Y las compraron. Quizá con ellas aumentaron el tamaño de las fincas que habían caído en sus manos a raíz de las matanzas y amenazas. No será fácil para el nuevo gobierno cumplir su promesa, porque los poseedores o propietarios, de buena o mala fe, no soltarán así como así la tierra que han acumulado. Tendrá que llegar con todos los juguetes y, digo más, con todos los fierros.
Absalón Machado, un experto conocedor del tema, hizo en su sólida exposición una referencia que me dejó pensando. Dijo: Vivimos un momento crucial en la historia de la cuestión agraria, como fue el de los años 30. Pienso lo mismo y no sólo por el debate que se viene encima, sino por las realidades sociales que se avecinan. En aquella época —como ahora— una gran masa campesina se había visto obligada a migrar hacia las ciudades, donde el empleo era escaso y mal pago. Habían dejado sus tierras tanto por la opresión terrateniente como por el atractivo del trabajo libre en fábricas o en obras públicas. Pero la crisis del 29 echó para atrás el proceso y muchos regresaron a sus regiones de origen, donde esas fincas ya habían sido ocupadas y eran ahora grandes haciendas. El choque trató de ser “reglamentado” mediante la Ley 200 de 36. Se salió de las manos el asunto y terminó en lo que hemos convenido en llamar “La Violencia”.
Hoy existe una realidad similar. Tres millones de campesinos “deambulan con rumbo a ninguna parte por los cinturones de miseria y mendigan en los semáforos de las grandes ciudades, invisibles de cuenta de la técnica y la inflexibilidad jurídica”, dice la Corte Suprema de Justicia. A medio millón de estos “trashumantes de la miseria y de la indiferencia” el Gobierno espera restituirles sus propiedades. Algunos en Montes de María; otros, los más, en el bajo Cauca, Sinú, Urabá, Cesar, Bolívar, Magdalena Medio, Tolima, Caquetá y Meta. Es decir, donde los paramilitares y los parapolíticos fueron y siguen siendo muy fuertes. ¿Cuál va a ser la reacción de los victimarios —o testaferros— que ocupan las tierras robadas? Preparar motosierras y fusiles. Es imperativo que a los esfuerzos por sacar adelante la Ley de Tierras, el Gobierno sume un plan para enfrentar de nuevo la ola de violencia que preparan ya los usufructuarios del despojo y los “enemigos agazapados de la paz”. No aflojarán la tierra a la vista de un juez, aun si va acompañado de un policía. Si el Gobierno se va a meter en serio en el corazón de la violencia, debe prevenir las consecuencias y afrontarlas. Ello significa quebrar la tradicional parcialidad de las FF.AA. en favor de los terratenientes, desentrañar los vínculos entre las manzanas podridas y los prohombres de la motosierra. En pocas palabras, restablecer la soberanía del poder civil sobre el militar, sin la cual, todo seguirá igual. Desde los Montes de María el país podrá ver el futuro que nos espera.
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